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L a P e d r @ d a

¿Y yo qué hago?

¿Y yo qué hago? Rosa Miriam Elizalde
2003-12-23

Es la pregunta que nos sugirió hacernos Ricardo Alarcón cada vez que pensemos en los Cinco. Él hablaba, como siempre, con pasión, y explicaba por qué no tenemos derecho a cansarnos: ellos son los primeros que no se cansan y no lo harán porque siguen luchando también por todos nosotros desde sus celdas de castigo. “Tenemos que poner todas las energías en hacer realidad su regreso; nadie tiene ningún derecho a perder un instante en esta batalla que tendrá su escenario fundamental el año que viene”, dijo en el plenario de la Asamblea Nacional, que en la tarde de este lunes sesionó en el Palacio de las Convenciones.

Me conmovieron sus palabras. Más de una vez he escuchado esta exhortación a que no nos cansemos, pero nunca como ahora ha tenido tanta urgencia, tan dramático significado, tanto sentido de remate final de este doloroso proceso. El 10 de marzo se reunirán los tres jueces designados por el Tribunal de Apelaciones de Atlanta, esos tres magistrados que decidirán qué procede o no de los argumentos presentados por los abogados de la defensa y por los acusadores.

El fallo tiene muchas probabilidades de ser el definitivo para la suerte legal de nuestros compañeros, y es muy posible que la opinión de esos jueces se conozca no demasiado tiempo después de la vista que tendrá lugar en Miami y que, como advertía Alarcón, no es un nuevo juicio, sino, apenas, una reunión, un proceso puramente documental ante estos sumos árbitros de la justicia. La vida de cinco personas se decidirá en la lectura que hagan los jueces del voluminoso expediente del caso y en una media hora de audiencia —los abogados de la defensa tendrán solo 15 minutos para resumir sus posiciones, y de ese mismo tiempo dispondrá la Fiscalía para exponer su réplica. “Y ahí suele terminar el sistema judicial norteamericano”, añadió el Presidente de la Asamblea Nacional.

Por tanto, cada minuto que transcurre es precioso. La fe en que estos letrados ejercerán, efectivamente, justicia y no serán ciegos y sordos ante las innumerables violaciones procesales y humanas, ante las infinitas expresiones de crueldad que han sufrido y siguen sufriendo estos cinco hombres excepcionales y sus familiares, no hay por qué abandonarla en brazos del providencialismo. No será la divina providencia la que decidirá en estos pocos meses qué pasará con Gerardo, Ramón, Tony, Fernando y René, sino en cierto modo nosotros mismos.

La verdad tiene que ser conocida. Que ella no sea un rehén de los fiscales significaría librar a los Cinco de la sanción más terrible que padecen y que, sin embargo, nunca estuvo incluida en las sentencias dictadas a finales del 2001, en Miami. Y una verdad tan férreamente secuestrada no llega a cientos, a miles y a millones por generación espontánea, sino gota a gota, de uno en uno, horadando los muros que han levantado en torno a ella, particularmente en Estados Unidos. Por eso la relación personal es imprescindible. También, la pasión y el sentido de la justicia. Y la debida gratitud hacia ellos.

Como dice Alarcón, probablemente el más infatigable entre los muchos infatigables de esta lucha: “por favor, que nadie se canse, y menos ahora”. No sobra el tiempo, ni siquiera para hacernos esa pregunta elemental y urgente: ¿y yo qué hago por ellos?

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